Sófocles

Perteneciente a una acomodada familia de artesanos, lo que le permitió recibir una completa educación, Sófocles comenzó su labor como dramaturgo en el 468 a. C., año en el que venció a Esquilo en los certámenes teatrales que se celebraban anualmente en Atenas; Esquilo no pudo resistir el disgusto y se retiró a Sicilia, donde murió tres años después. A partir de este momento el joven autor se convirtió en uno de los dramaturgos más celebrados del teatro griego, volviendo a ganar el certamen ateniense en veinte ocasiones más.

Además de su carrera literaria, su vida pública también fue brillante: en su juventud fue un ágil atleta, desempeñó altos cargos políticos y dirigió la flota ateniense  en varias campañas navales.

Murió en el 406 a. C. Sobre su muerte circularon diversas versiones, para algunos, se atragantó con un grano de uva; para otros, estaba leyendo Antígona y, al llegar al final de un largo parlamento que carecía de pausas, se le fue la vida al mismo tiempo que la voz.

Para Sófocles existen dos mundos: el de los dioses, que determina la existencia humana y el de los humanos, que debe seguir la dirección marcada por la esfera divina. La naturaleza humana se caracteriza por el sufrimiento y la posibilidad de error, razón por la que ha de someterse al poder de los dioses. Por lo tanto, en los conflictos que surjan entre esas dos esferas debe prevalecer la norma divina y cumplirse inexorablemente. De igual manera, la ciudad debe someterse a la ley divina y los gobernantes deben tener siempre presente el orden establecido por los dioses.

Sófocles toma como punto de partida muchos de los mitos propios de la cultura griega. Sin embargo, no se conforma con relatarlos, sino que busca en ellos la posibilidad de representar de manera simbólica actitudes o comportamientos desde una perspectiva eminentemente ética. De este modo, sus héroes y heroínas ‒Edipo, Electra, Antígona…‒ se convierten en paradigmas con los que el autor reflexiona sobre las relaciones entre el individuo y la sociedad.

Desde estos planteamientos ideológicos crea una obra dramática con varias innovaciones que, perfeccionando el teatro de Esquilo, marcan el inicio del teatro moderno.

Introduce un tercer actor —antes solo podía haber dos en escena— con lo que la obra gana en dinamismo y teatralidad. También incrementa el protagonismo de los actores y se lo resta al coro, que comenta las escenas, con el fin de dinamizar la acción dramática. También enriquece las cuestiones técnicas como el vestuario y la escenografía.

Los protagonistas están dotados de una mayor entidad ética e individual, profundizando en sus crisis y alejándose del estilo estatutario y colectivo del teatro de Esquilo. Los diálogos de los personajes son más vivos, para mantener el interés del espectador.

Las obras de Sófocles se caracterizan por el hábil empleo de la ironía trágica. Esta ironía consiste en que los personajes hacen afirmaciones a lo largo de la obra sin ser conscientes del verdadero significado de sus palabras. En Edipo rey, por ejemplo, el personaje de Edipo alude continuamente al culpable de la muerte de Layo, antiguo rey de Tebas, sin ser consciente de que se está mencionando a sí mismo. Este procedimiento teatral consigue que el desenlace resulte mucho más trágico y desgarrador, de manera que se refuerza la catarsis final que perseguía toda tragedia griega.

Vinculada con la ironía trágica está la anagnórisis, es decir, el reconocimiento o revelación sorprendente de la identidad de un personaje que supone un giro argumental que altera la perspectiva de los protagonistas. Así sucede, por ejemplo, con Edipo, cuya vida cambia radicalmente cuando descubre que es hijo de Yocasta, la mujer con la que ha contraído matrimonio.

Sófocles llegó a componer un centenar de tragedias, de las cuales solo se han conservado siete obras completas: Áyax, Antígona, Edipo Rey, Electra, Filoctetes, Las Tarquinias y Edipo en Colono.

Áyax

Ayaz preparándose para el suicidio. Reproducción de la imagen de una antigua ánfora griega.

En el cerco de Troya, Áyax, hijo de Telamón, gran guerrero, que aspiraba a poseer las armas del difunto Aquiles y se adjudicaron a Odiseo, se cree injustamente desposeído y es víctima de terribles arrebatos de locura, que le inducen a matar bueyes y carneros, convencido de que se trata de Odiseo, Agamenón, Menelao y otros que considera sus enemigos. Hay intentos para reducirle a la razón, pero en un momento de lucidez, Áyax se suicida en la playa. Menelao no quiere que se le otorguen las honras fúnebres, pero Teucro le da digna sepultura.

Es la más antigua de las tragedias de Sófocles conservadas y tiene su origen en la disputa entre Áyax y Odiseo por las armas de Aquiles, que se zanja con el juicio de los griegos, que las adjudican a Odiseo. La loca furia de Aquiles tiene, como tendrá mucho más tarde la de don Quijote, momentos de lucidez, en los que lamenta su locura. Finalmente, se suicida, aunque su muerte no supone el final de la tragedia, sino que se extiende después en los magníficos parlamentos de Menelao, Agamenón y Teucro, el hermano de Áyax, sobre la celebración de las honras fúnebres de Áyax.

Una vez más, el Festival de Teatro clásico de Mérida nos permite ver un trocito de la obra:

ACTIVIDADES

En el apogeo de la democracia ateniense, los valores han cambiado y la justicia humana, el respeto a las leyes y los límites de estas son los temas que se plantean al público ciudadano. En el siguiente fragmento del Áyax de Sófocles, Menelao, uno de los líderes aqueos en el asalto a Troya, defiende la obediencia a la ley como valor necesario para los hombres y para las ciudades.

«MENELAO.— Y ciertamente es propio de un malvado que un hombre del pueblo tome como norma no obedecer a sus jefes. Porque ni en la ciudad las leyes tendrían un próspero curso si el temor no estuviera establecido, ni un ejército sería gobernado sensatamente sin un baluarte de miedo y de respeto. Tengo por cierto que el hombre que tiene temor y vergüenza al mismo tiempo sabe lo que es seguridad; pero en un país en donde se puede abusar y hacer lo que se quiera, considera que un día con el tiempo, después de correr viento en popa, caerá al fondo.»

Antígona

Muertos Etéocles y Polínices combatiendo el uno contra el otro ante los muros de Tebas, el rey Creonte, su hijo, publica un decreto en que prohíbe que al segundo se le den honras fúnebres y ordena que su cadáver quede insepulto para pasto de las aves, por haber muerto luchando contra su patria. Antígona, hermana de Etéocles y Polínices, se siente obligada a rendir el debido culto al cuerpo de este, y, desoyendo lo ordenado, realiza los ritos funerarios. Es detenida por haber desobedecido la ley, y ante su entereza Creonte la condena a morir encerrada en una tumba. Allí Antígona se ahora y sobre su cadáver se suicida su novio Hemón —hijo de Creonte— quien se arrepiente de lo que ha hecho.

Los griegos creían que aquel cuyo cadáver no era enterrado ritualmente y no se le rendían las debidas honras funerales quedaba maldito y excluido de una vida superior. Esta creencia constituye el conflicto de una de sus más imperecederas creaciones, Antígona.

Su asunto está tomado de un episodio de la leyenda argiva desligado por Sófocles de sus antecedentes y de sus consecuencias. Aquí no pesan ni el trágico destino del linaje de Edipo, ni la más reciente oposición y adversidad entre Polínices y su hermano Etéocles, el cual no es tenido en cuenta para nada en esta tragedia, Creonte es inflexible en mantener una ley que considera razonable y justa y en castigar a quien la infrinja, como ha dado a conocer por un decreto. Antígona es también inflexible en su obligación de dar sepultura ritual a su hermano. Las leyes divinas, santas e inviolables, a las que Antígona obedece porque este es su deber y así se lo exige el amor fraternal, chocan con las leyes de la ciudad, severas y rigurosas, pero dictadas por un claro imperativo político y en atención a una utilidad general. Y Antígona obra como le aconseja imperiosamente la ley familiar, sabiendo que al hacerlo, e infringir así la ley civil, le espera la muerte.

Esta intensísima tragedia tiene dos protagonistas, Antígona y Creonte, que llenan toda la acción y cuyo contraste es dramatizado sobre todo en aquellas escenas en que ambos dialogan, defendiendo actitudes tan opuestas, a veces en rápidas réplicas y contrarréplicas de un solo verso. Sófocles hace razonar a cada uno de ellos con argumentos sólidos y que podría ser convincentes, pero ninguno de los dos cede mientras se encuentran frente a frente.

Antígona se gana la simpatía del espectador con su tajante dialéctica y su actitud: «Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor», afirma en el momento culminante de una de sus discusiones con Creonte. Creonte, el hombre de estado, procede como gobernante en momentos de peligro y su actuación es coherente con sus planteamientos políticos. Decide en consecuencia condenar a Antígona y sufre las consecuencias cuando su propio hijo se suicida tras conocer la muerte de su amada. Finalmente, se suicida también Eurídice, la esposa de Creonte, al enterarse de que su hijo ha muerto.

Dos grandes figuras se imponen en la tragedia, en la que también dejan notas certeras los personajes secundarios, como Hemón, el adivino Tiresias y, sobre todo, Ismene, la hermana de Antígona, irresoluta y amedrentada ante la valiente actitud de esta.

Podéis ver una representación de Antígona de Sófocles, representado por Phersu Teatro:

El programa de RTVE Locos por los clásicos revisa en este programa la figura de Antígona, la primera mujer que se enfrentó al poder de los hombres en la tragedia inmortal de Sófocles:

Además de ser la tragedia griega más representada en el teatro, el personaje de Antígona también tiene una gran representación en las artes. Veamos algunos ejemplos:

TEXTOS

En esta escena Antígona intenta convencer a su hermana Ismene de que entierren juntas a Polínices:

«ANTÍGONA.— Piensa si vas a combatir y a colaborar conmigo.
ISMENE. ¿Cuál es el riesgo que hay que correr? ¿Cuál es la determinación que has tomado?
ANTÍGONA.— Se trata de si vas a levantar el cadáver unida a estos mis brazos.
ISMENE. Pero ¡cómo! ¿Es que se te ha ocurrido pensar enterrarlo cuando es cosa denegada a la ciudad?
ANTÍGONA.— Sí, porque se trata de mi hermano, y también del tuyo, aunque no quieras. Pues, al enterrarlo, no resultaré convicta de haber cometido una traición.
ISMENE.— ¡Oh tú, que no te detienes ante nada! ¿Serás capaz, a pesar de que Creonte lo tiene prohibido?
ANTÍGONA. Sin embargo, no le compete en absoluto separarme de lo que es mío.
ISMENE.— ¡Ay de mí! Piensa, hermana, cuán aborrecido y desacreditado llegó a ser nuestro padre, cuando él mismo por obra de su misma mano se arrancó ambos ojos impelido por los errores cometidos y que él mismo había puesto al descubierto; cómo, luego, su madre y esposa ¡grave enunciado que implica dos conceptos bien dispares!, pierde la vida colgada del nudo de una cuerda; y en tercer lugar, cómo nuestros dos hermanos se mataron uno a otro ¡temerarios de ellos! en un solo día, y cómo así, alcanzaron el mismo destino a manos el uno del otro. A su vez, ahora que hemos quedado nosotras dos solas, fíjate que hemos de morir con la más grande infamia sí, violando la ley, llegamos a transgredir la decisión o las imposiciones del soberano. Al contrario, conviene darse cuente por un lado, de que nacimos mujeres, lo que implica que no estamos preparadas para combatir contra hombres; y, luego, de que dependeremos del arbitrio de quienes son más fueres en cuanto a acatar estas órdenes y hasta otras más dolorosas todavía. Por eso yo, al tiempo que pido al muerto que tenga comprensión conmigo, y que se dé cuenta de que no tengo más remedio que hacer lo que hago, me someteré a los dictados de quienes están instalados en la cúspide del poder, pues el meterse en problemas superiores a las posibilidades de uno no tiene sentido alguno.»

En Antígona nos proponen el cuestionamiento de una ley que se considera injusta. En el siguiente texto Antígona se enfrenta a Creonte, pues no considera justa la prohibición de enterrar a su hermano Polínices:

«CREONTE (dirigiéndose a Antígona).— ¡Eh, tú, la que inclina la cabeza hacia el suelo!, ¿confirmas o niegas lo que has hecho?
ANTÍGONA.— Digo que lo he hecho y no lo niego.
CREONTE (al guardián).— Tú puedes marcharte a donde quieras, libre, fuera de la gravosa culpa. (A Antígona de nuevo.) Y tú, dime sin extenderte, sino brevemente: ¿sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacer esto?
ANTÍGONA.— Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Era manifiesto.
CREONTE.— ¿Y te atreviste, con todo, a transgredir esa ley?
ANTÍGONA.— Sí, porque no fue Zeus quien la promulgó, ni la Justicia, que habita con los dioses subterráneos, definió entre los hombres semejantes leyes. Ni creía yo que tuvieran tanta fuerza tus pregones como para poder quebrantar, siendo moral, las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Pues no son de hoy ni de ayer, sino que siempre viven y nadie sabe cuándo aparecieron. Por la infracción de estas leyes no iba yo, temiendo los caprichos de hombre alguno, a pagar la pena entre los dioses. Que había de morir, ya lo sabía, ¿cómo no?, aunque tú no lo hubieses anunciado en tu proclama. Pero si muero antes de tiempo, lo reputo por ganancia, pues quien vive como yo, en medio de tantas desgracias, ¿cómo no saca provecho con la muerte? Así, a mí, al menos, alcanzar este destino que dices nada me duele; en cambio, si hubiera tolerado dejar insepulto el cadáver de un hijo de mi madre, eso sí que me dolería; esto otro, en cambio, no me duele: y si a ti te parece que cometo locuras, quizá sea loco el que me condena por locura.
CORIFEO.— Se muestra la voluntad fiera de la muchacha, que tiene su origen en su fiero padre. No sabe ceder ante las desgracias.
CREONTE.— Sí, pero sábete que las voluntades en exceso obstinadas son las que primero caen, y que es el más fuerte hierro, templado al fuego y muy duro, el que más veces podrás ver que se rompe y se hace añicos. Sé que los caballos indómitos se vuelven dóciles con un pequeño freno. No es lícito tener orgullosos pensamientos a quien es esclavo de los que le rodean. Esta conocía perfectamente que entonces estaba obrando con insolencia, al transgredir las leyes establecidas, y aquí, después de haberlo hecho, da muestras de una segunda insolencia: ufanarse de ello y burlarse, una vez que yo lo haya llevado a efecto.
Pero verdaderamente en esta situación no sería yo el hombre (ella lo sería), si ese triunfo hubiera de quedar impune. Así, sea hija de mi hermana, sea más de mi propia sangre que todos los que están conmigo bajo la protección de Zeus del Hogar, ella y su hermana no se librarán del destino supremo. Inculpo a aquella de haber tenido parte igual en este enterramiento. Llamadla. Acabo de verla adentro fuera de sí y no dueña de su mente. Suele ser sorprendido antes el espíritu traidor de los que han maquinado en la oscuridad algo que no está bien. Sin embargo, yo, al menos, detesto que, cuando uno es cogido en fechorías, quiera después hermosearlas.
ANTÍGONA.— ¿Pretendes algo más que darme muerte, una vez que me has apresado?
CREONTE.- Yo nada. Con esto lo tengo todo.
ANTÍGONA.— ¿Qué te hace vacilar en este caso? Porque a mí de tus palabras nada me es grato (¡que nunca me lo sea!), del mismo modo que a ti te desagradan las mías. Sin embargo, ¿dónde hubiera podido obtener yo más gloriosa fama que depositando a mi propio hermano en una sepultura? Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizada la lengua. En efecto, a la tiranía le va bien en otras muchas cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere.
CREONTE.— Tú eres la única de los cadmeos que piensa tal cosa.
ANTÍGONA.— Estos también lo ven, pero cierra la boca ante ti.
CREONTE.— ¿Y no te avergüenzas de pensar de distinta manera que ellos?
ANTÍGONA.— No considero nada vergonzoso honrar a los hermanos.
CREONTE.— ¿No era también hermano el que murió del otro lado?
ANTÍGONA.— Hermano de la misma madre y del mismo padre.
CREONTE.— ¿Y cómo es que honras a este con impío agradecimiento para aquel?
ANTÍGONA.— No confirmará eso el que ha muerto.
CREONTE.— Sí, si le das honra por igual que al impío.
ANTÍGONA.— No era un siervo, sino su hermano, el que murió.
CREONTE.— Por querer asolar esta tierra. El otro, enfrente, la defendía.
ANTÍGONA.— Hades, sin embargo, desea leyes iguales.
CREONTE.— Pero no que el bueno obtenga lo mismo que el malvado.
ANTÍGONA.— ¿Quién sabe si allá abajo estas cosas son las piadosas?
CREONTE.— El enemigo nunca es amigo, ni cuando muera.
ANTÍGONA.— Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor.
CREONTE.— Vete, pues, allá abajo para amarlos, si tienes que ama, que, mientras yo viva, no mandará una mujer. »
  1. ¿Qué le propone Antígona a Ismene? ¿Qué rasgos caracterizan a cada una?
  2. Ismene lamenta el destino de los miembros de su familia. Resume el final de su padre, madre y hermano. ¿Conoces el desenlace de Antígona? Investiga y contrasta tu teoría con el final que creó Sófocles.
  3. Este texto trata cuestiones universales. ¿Cuál sería el gran tema de Antígona que aparece claramente reflejado en este fragmento?
  4. Aunque esta versión es en prosa, ¿observas algún recurso formal o rítmico que aluda a la forma original en verso?
  5. Explica qué recursos literarios y verbales emplea el autor para conseguir la atmósfera de patetismo propia del género trágico. Utiliza ejemplos del texto.
  6. ¿Qué elementos de este texto te resultan especialmente contemporáneos? Elabora un texto en el que argumentes tu respuesta.

Las traquinias

Cuando Heracles regresa a su casa tras largos años de ausencia, realizando sus trabajos, su esposa Deyanira se entera de que está a punto de casarse con la joven Yole. Presa de celos, le envía la túnica del centauro Neso, convencido de que va untada con un filtro de amor que lo retendrá para siempre a su lado. Pero procede engañada, pues la túnica, en cuanto la viste Heracles le produce gravísimos tormentos; y lanza maldiciones a Deyanira, desoyendo los consuelos y la explicación del error que le hace su hijo Hilo, Deyanira se suicida, y poco después muere Heracles.

Las traquinias (o Las doncellas de Traquis) es una tragedia sobre la muerte de Heracles, el héroe que tantos trabajos padeció en beneficio de los hombres. Frente a él se alza la figura de su esposa Deyanira, prototipo de la mujer ya madura, víctima de los celos que despiertan en ella los amores del protagonista con Yole, una de las doncellas de Traquis. El hecho de que, sin duda porque un mismo actor representaba ambos papeles, Heracles y Deyanira nunca coincidan en escena da a esta tragedia un aspecto de díptico, pero perfectamente trabado y unido.

Hay en Las traquinias un conflicto de menor entidad que en las otras tragedias de Sófocles, pues es, al fin y al cabo, un drama de celos femeninos que acarrean un error fatal. El lenguaje con que se expresa Deyanira carece de la majestuosa solemnidad y de la sutileza con que hablan otros personajes de Sófocles.

Edipo rey

Sobre Tebas se abate una mortal peste, y se averigua que la epidemia cesará si se castiga el asesinato del anterior rey Layo. El actual rey, Edipo, un supuesto extranjero que antes ya salvó a Tebas de otra calamidad (el azote de la Esfinge) y por esto se le dio por esposa a la viuda del rey Layo, inicia las investigaciones para saber quién fue el asesino de este. Estas indagaciones ponen de manifiesto que el asesino fue el propio Edipo (que no sabía a quién mataba) y que él es el hijo del mismo Layo y de Yocasta, su viuda. Horrorizado al saberse parricida e incestuoso, Edipo se arranca los ojos, tras haberse suicidado su madre y esposa, Yocasta. Edipo parte al destierro después de despedirse de sus hijas.

Junto a Antígona, es la obra maestra de Sófocles. Se estrenó poco antes del año 425 a. C, constituye para Aristóteles la tragedia ideal. Como los espectadores conocían perfectamente la historia de Edipo, Sófocles llena la tragedia de versos y frases con matices especiales en los parlamentos que pronunciaban los personajes que intervienen en ella, sobre todo Edipo, frases que impresionan por encerrar afirmaciones que se van corroborando para los mismos que las ignoran. Aunque el conflicto nace de desobediencias, errores y crímenes de antaño, que parecían olvidados, es grande el dramatismo de la ación, que parte de la peste que aflige a Tebas, que es lo que desencadena todo en breve tiempo.

Ya que la peste solo puede ser conjurada si se castiga al asesino del rey Layo, se emprenden indagaciones que, paso a paso, descubren ante todos la verdad. Y Edipo, que era feliz en su ignorancia, de repente, al iluminarse el pasado, cae en la más terrible abyección, sin culpa y sin merecerlo. Sófocles lleva esta indagación y este descubrimiento de la verdad con calculada y eficaz lentitud, paso a paso, lo que da mayor dramatismo al final.

Sófocles se enfrenta con este audacísimo asunto y plantea la difícil cuestión de que las más elementales leyes de la naturaleza han sido infringidas sin conciencia de delito, lo que debe ser castigado con dureza, pese a la ignorancia de quien lo cometió. Gran parte de la fuerza dramática de esta tragedia estriba en el hecho de llevar a un hombre bueno y honrado, como es Edipo, justo en su gobierno y amante en su vida familiar, al descubrimiento de una realidad horrenda que lo conduce a la más mísera de las ruinas.

Así como en Antígona y en Las traquinias hay dos protagonistas, Antígona y Creonte y Deyanira y Heracles, en Edipo rey no tan solo el protagonista está siempre en escena, sino que su figura eclipsa a todos los que lo rodena, entre ellos, su cuñado Creonte, de cuya conducta Edipo sospecha, cree que conspira contra él, y, por ende, entre ellos hay parlamentos ásperos y tensos.

Podéis ver una adaptación escolar que la escritora Encarnación Ferré hizo de la historia y que llevaron a escena los alumnos y alumnas del IES Miguel Catalán, dirigidos por Charo Ferré:

Electra

Electra, la hija de Agamenón, hace libaciones en la tumba de su padre, lamenta su muerte y confía en que será vengada por su hermano Orestes, al que no ha visto desde que era muy pequeño. Orestes envía un falso mensajero con la noticia de su propia muerte, lo que tranquiliza a su madre, Clitemnestra, siempre temerosa de la venganza, y desespera a Electra, que la ve más difícil. Llega Orestes, acompañado de Pílades, se da a conocer a su hermana, y luego procede a la venganza matando a Clitemnestra y a su nuevo esposo y cómplice, Egisto.

En la tragedia Electra, Sófocles trató un tema que también había desarrollado Esquilo y que después trataría Eurípides. En ella Sófocles ofrece el mismo asunto legendario que expuso esquilo en Las coéforos.

En Esquilo el asesinato de Agamenón por parte de Clitemnestra es el drama de Orestes; en Sófocles es el drama de su hermana Electra, una especie de Hamlet femenino que llena toda la pieza con su profunda tristeza, el recuerdo amoroso de su padre, el odio a su madre y a Egisto y la esperanza puesta en que Orestes la ayudará en su venganza, interpretada esta como acción de justicia. Electra no se siente capaz de tomar un puñal y matar a su madre y al marido de esta, y por esta razón uno de los momentos más dramáticos de la obra es cuando cree que Orestes ha muerto, que produce, por otra parte, una sincera alegría en su madre, Clitemnestra. La Clitemnestra de Sófocles es simplemente una mujer malvada y carece de la grandeza que, en su gran maldad, la pinta Esquilo.

Electra, escrita por Sófocles en su vejez, es un primor de movimiento y de recursos dramáticos, conducidos con un ritmo que va a acelerándose juntamente con el desarrollo del asunto. Orestes, figura secundaria, no por esto carece de grandeza, y al fin y al cabo es él quien cumple el anhelo de su hermana al matar a Clitemnestra y a Egisto, cuyo final, que cierra la obra, comporta pormenores de gran viveza y plasticidad. Y así como Antígona tiene a su lado la irresoluta figura de su hermana Ismene, al lado de Electra cobra cierta vida su hermana Crisóstemis.

No hay en Electra un problema tan delicado o trascendente como en Antígona. que hace reflexionar sobre ley civil en pugna con la ley moral. Electra es la tragedia del dolor de una muchacha y de la venganza de la muerte de su padre, que, más que como venganza, es presentada como un acto de indeclinable justicia familiar.

El programa Mitos y leyendas de RTVE nos ofrece la historia de Electra:

Mitos y leyendas (RTVE)

El Aula de Teatro de la Universidad de Alicante realizó una representación de Electra:

El Ballet Nacional de España dirigido por Rubén Olmo bailó en 2019 Electra, una creación del coreógrafo Antonio Ruz con la colaboración de Olga Pericet. Electra fue una interpretación a la danza española de la tragedia de Sófocles basada en la España rural y el imaginario popular:

ACTIVIDADES

En esta escena podemos leer la muerte de Clitemnestra

ELECTRA. —Oh queridísimas mujeres, enseguida los hombres cumplirán su misión, pero aguardad en silencio.
CORIFEO.—¿Cómo? ¿Qué hacen ahora?
ELECTRA. —Ella prepara una urna para las ceremonias fúnebres. Ellos dos acechan cerca.
CORIFEO.—Y tú, ¿por qué te has precipitado afuera?
ELECTRA. —Para vigilar que Egisto no entre sin advertirlo nosotros.
CLITEMNESTRA. —(Desde el interior.) ¡Ay, ay, techos vacíos de amigos y llenos de quienes hacen perecer!
ELECTRA.— Alguien grita adentro. ¿No oís, oh amigas?
CORO.— He escuchado gritos espantosos de oír, ¡desdichada!, como para estremecerme.
CLITEMNESTRA.–¡Ay de mí, desgraciada! Egisto, ¿dónde te encuentras?
ELECTRA.— Escucha, alguien grita una vez más.
CLITEMNESTRA.—¡Oh, hijo mío! Ten compasión de la que te dio a luz.
ELECTRA.— Él, sin embargo, no obtuvo compasión de ti, ni el padre que lo engendró.
CORO.– ¡Oh, ciudad, oh raza desventurada! Ahora se te acaba tu destino, el que ha marcado tus días, se te acaba.
CLITEMNESTRA.— ¡Ay, he sido herida!
ELECTRA.- Hiere una segunda vez, si tienes fuerza.
CLITEMNESTRA.— ¡Ay de mí otra vez!
ELECTRA.— ¡Ojalá fuera para Egisto al mismo tiempo!
CORO.— Las maldiciones se cumplen. Viven los que yacen bajo tierra. Los que se han muerto hace tiempo se cobran la sangre nuevamente derramada de sus matadores. (Orestes y Pílades salen de palacio).
ELECTRA.— Orestes, ¿cómo estáis?
ORESTES.— Los asuntos de palacio están bien, si Apolo bien profetizó.
ELECTRA.— ¿Ha muerto la miserable?
ORESTES.— Ya no temas que la audacia materna te deshonre nunca.
ELETRA.—...
CORO.— Cesad, pues veo claramente a Egisto.
ELECTRA.— ¡Oh hijos! ¿No os iréis atrás?
ORESTES.— Ved a nuestro hombre encima...
ELECTRA.—... vienes alegre desde las afueras de la ciudad. 
CORO.— Entrad al vestíbulo lo más aprisa posible. Ya que habéis resuelto bien lo de antes, hacedlo así también ahora.
ORESTES.— Confía, lo haremos.
ELECTRA.— Según lo has proyectado, apresúrate.
ORESRES.— Ya me voy.
(Salen Orestes y Pílades.)
ELECTRA.— Lo de aquí es cosa mía.
CORO.— Al oído convendría hablarle amistosamente algunas palabras a este hombre, para que se precipite engañado al combate justiciero.
(Entra Egisto en escena.)
EGISTO.- ¿Quién de vosotros sabe dónde están los extranjeros focenses, quienes, según dicen, nos anuncian que Orestes ha perdido la vida en un naufragio hípico? (A Electra.) A ti te pregunto, sí, a ti, tan audaz en otro tiempo. Creo que es a ti a la que más interesa y la que con más conocimiento podrías hablar.
ELECTRA.— Lo sé, ¿cómo no? ¿Podría yo estar indiferente a lo que afecta a mis seres queridos?
EGISTO.- En ese caso, ¿dónde están los extranjeros? Dímelo.
ELECTRA.- Dentro. Ellos han cumplido con una amable huésped.
EGISTO.- ¿Y anunciaron que está verdaderamente muerto?
ELECTRA. - No, pero lo demostraron con algo más que palabras.
EGISTO.- ¿No es posible, entonces, saberlo con certeza?
ELECTRA.- Es posible, y también ver el lamentable espectáculo.
EGISTO.- Contra tu costumbre, me anuncia algo que me alegra mucho.
ELECTRA.- Puedes alegrarte, si ello te resulta alegre.
EGISTO.- Ordeno guardar silencio y abrir las puertas y que todos los miceneos y argivos lo vean, para que si alguno de ellos se engrandecía antes, por tener vanas esperanzas en este hombre, al ver ahora su cadáver acepte mi rienda y no tenga que ponerse en razón por la fuerza, al recibir mi castigo.
ELECTRA.- Lo que se refiere a mí está cumplido. Con el tiempo he obtenido inteligencia como para agradar a los más poderosos.
(Se abren las puertas de palacio y se muestra un cuerpo tapado, a cuyos lados están Orestes y Pílades.)
EGISTO.— ¡Oh, Zeus, tengo ante los ojos una imagen fantasmal que no ha sucumbido sin la envidia divina! Pero si la venganza hace acto de presencia, no hablo. Descorred del todo el velo del rostro para que, como pariente, reciba cantos fúnebres también de mi parte.
ORESTES.—Levántalo tú mismo. No es cosa mía, sino tuya, el mirar estos restos y saludarlos con afecto.
EGISTO.— Me das un buen consejo y lo seguiré. Y tú (a Elestra), si Clitemnestra está por alguna parte de la casa, llámala.
ORESTES.— Está cerca de ti. No mires por otro lado.
EGISTO.— ¡Ay de mí! ¡Qué veo!
ORESTES.— ¿A quién temes? ¿A quién no reconoces?
EGISTO.— ¿En las redes de qué personas he quedado, infortunado de mí?
ORESTES.- ¿No te has dado cuenta de que, desde hace rato, te está dirigiendo a vivos como si estuvieran muertos?
EGISTO.- ¡Ay, he comprendido lo que dices! Es imposible que sea otro que Orestes el que me ha hablado.
ORESTES.- ¿Y siendo excelente adivino has estado engañado tanto tiempo?
EGISTO.- ¡Estoy perdido, desgraciado! pero permíteme hablar, aunque sea un momento.
ELECTRA.- No le dejes decir más, ¡por los dioses!, hermano, ni que se extienda en el relato. Pues, ¿qué provecho podría sacar de la demora una persona que, envuelta en crímenes, va a morir? Por el contrario, mátalo cuanto antes y, tras hacerlo, entrégalo a los sepultureros, que es justo que tenga, fuera de nuestra vista. Esta sería para mí la única liberación de las desgracias que me vienen de antaño.
ORESTES.— Entra de prisa. Pues no porfiamos por palabras, sino por tu vida.
EGISTO.— ¿Por qué me conduces a palacio? ¿Cómo, si es esta una acción noble, se necesita la oscuridad y no estás listo para matarme?
ORESTES.- No des órdenes y avanza a donde mataste a mi padre, para que mueras en el mismo lugar.
EGISTO.— ¿Existe tanta necesidad de que este techo contemple las desgracias de los Pelópidas, las presentes y las que se avecinan?
ORESTES.- Por lo menos, las tuyas, Yo soy un excelente adivino para ti de estas.
EGISTO.- Te jactas de un arte que no te viene por línea paterna.
ORESTES.- Mucho replicas y el viaje se retarda, así que camina.
EGISTO.- Sírveme de guía.
ORESTES.- Tú eres el que debes marchar delante.
EGISTO.- ¿Para que no huya de ti?
ORESTES.- Para que no mueras de forma que te complazca. Tengo que cuidarme de que te sea amargo. Sería preciso que esta justicia fuese inmediata para el que quisiera transgredir las leyes: la muerte. Así el malvado no abundaría tanto.
CORO.- ¡Oh, linaje de Atreo! ¡Cuánto han padecido hasta llegar a duras penas a la libertad conseguida con el actual esfuerzo!

Filoctetes

El guerrero y hábil arquero Filoctetes había sido abandonado en una isla desierta porque una herida que le había producido una serpiente en un pie despedía un hedor repugnante y él lanzaba estridentes gritos de dolor. Así pasó diez años en total soledad y alimentándose de hierbas y de las piezas que cazaba con su arco. Un oráculo reveló a los griegos que la larga guerra de Troya no se acabaría hasta que Filoctetes volviera a luchar al lado de los griegos; y encomiendan al astuto Odiseo la misión de ir a la isla desierta, sacar de ella a Filoctetes e incorporarlo al ejército griego. Odiseo va allí con Neoptólemo el joven y noble hijo de Aquileo, que se compadece de Filoctetes y cambia el plan trazado por Odiseo para engañarlo. La situación se soluciona con la aparición de Heracles (Hércules), que ordena a Filoctetes que se embarque para Troya y le promete que será curado y alcanzará glorioso renombre.

La tragedia Filoctetes desarrolla un episodio relacionado con la guerra de Troya, igual que había ocurrido con la tragedia Áyax, y también nos presenta a un valiente y noble guerrero víctima de la desdicha y en deplorable situación. Este esquema legendario da a Sófocles la oportunidad de trazar una tragedia de gran altura dramática. Hay, por un lado, el tema del dolor físico, agudo e insoportable, que hace del fuerte y valerosos Filoctetes un ser que se desmorona en los momentos en que la herida le duele más, pero que, en su largo destierro, va acrecentando su odio hacia los griegos y, en especial, hacia Odiseo, que fue el encargado de abandonarlo en la soledad de la isla. Y es precisamente Odiseo a quien los jefes de los griegos acampados frente a Troya encargan que vaya a la isla en busca de Filoctetes y lo traiga con su arco para que, cumpliéndose el oráculo, la guerra termine con la conquista de la ciudad.

Filoctetes en la isla de Lemnos de Jean Germain Drouais (1738)

Odiseo aparece en una acertada exageración de su característica astucia, pues va a Lemnos con Neoptólemo, el hijo de Aquileo, joven de ejemplar integridad y de leales sentimientos, que muy a su pesar se ve obligad a fingir para que la misión se cumpla. Odiseo, con sorprendente frialdad y sin la menor compasión hacia Filoctetes, prepara una trampa que tiende Neoptólemo y en la que en principio cae confiadamente Filoctetes. Pero el buen sentimiento se impone en el noble hijo de Aquileo, quien, cuando ya había conseguido llevar a término el poco digno plan previsto, reacciona comprendiendo lo desleal de su conducta y deshace todo lo conseguido, sinceramente compadecido del pobre guerrero enfermo y engañado. Odiseo se dispone a zanjar el asunto brutalmente, pero aparece Heracles, antiguo poseedor del famoso e indispensable arco, y convence a Filoctetes.

Esta tragedia plantea un conflicto que, aparentemente está más alejado de nosotros que las demás tragedias de Sófocles, y que se resuelve con la intervención del deus ex machina, al que tan acostumbrado estaba el público ateniense gracias a los éxitos de Eurípides. Lo que nos conmueve de esta tragedia es el tema del dolor físico que puede llevar a la desesperación. Por misteriosos canales este tema llegó a la Edad Media, y reaparece en el episodio de Tristán en que el caballero, en combate singular con el gigante Morholt, recibe una herida tan hedionda que nadie puede resistir a su lado y es abandonado en una barca.

Leer Filoctetes

Si os apetece leer esta interesante tragedia sobre los límites del dolor y la desesperación podéis hacerlo pulsando aquí.

Ver Filoctetes

En 2018 el Festival de teatro clásico de Mérida representó la tragedia Filoctetes. Podéis ver un vídeo promocional de aquella representación, con algunos fragmentos:

Edipo en Colono

El viejo y ciego Edipo, guiado por su hija Antígona, llega a Colono, cerca de Atenas, y es afablemente acogido por el rey de la ciudad, Teseo. Llega también Ismene, la otra hija de Edipo, y da la noticia de la guerra entre sus dos hermanos Etéocles y Polínices ante los muros de Tebas. Como un oráculo ha anunciado que la victoria la obtendría el bando que tuviera a su lado a Edipo, comparece en Colono Creonte, valedor de Etéocles, dispuesto a llevarse por la fuerza al anciano ciego; y también acude Polínices para que se junte a su bando, Edipo maldice a sus dos hijos, que antes lo desterraron de Tebas, es protegido por Teseo y muere poco después.

Sófocles tenía noventa y un años cuando escribió su última tragedia, Edipo en Clono, que su nieto hizo estrenar en 401. Vuelve en ella al episodio central y más intenso del ciclo tebano, y su asunto se inserta en él después del expuesto en Edipo rey y antes de la acción de Antígona. Pero ahora el poeta procede desligado de la leyenda, creando una nueva ficción de su propia inteligencia, levemente relacionada con una tradición ateniense, perfectamente conocida por él porque estaba vinculada a su pueblo natal, Colono, en cuyo bosque se decía que estaban sepultados los restos de Edipo. Ello incide en la nueva orientación que se da al destino del desdichado rey de Tebas, sumido en la mayor abyección en el Edipo rey y ahora presentado como una divinidad protectora del Ática, detalle muy adecuado para impresionar al espectador ateniense.

En Edipo en Colono la vejez es un tema constante, pues viejo es el protagonista, y a su adversario, Creonte, se le califica varias veces de anciano. Y es una vejez evocada magistralmente por un anciano, el nonagenario Sófocles: «Porque, cuando se deja atrás la juventud con sus irreflexivas locuras, ¿qué pena se escapa por entero? ¿Cuál de los sufrimientos no está presente? Envidia, querellas, discordia, luchas y muertes, y cae después en el lote, como última, la despreciable, endeble, insociable, desagradable vejez, donde vienen a parar todos los males peores.»

Edipo en Colono de Fulchram-Jean Harriet (1798)

Cuenta Cicerón una anécdota que, si no es cierta, por lo menos es muy significativa:

«Sófocles hizo tragedias hasta la extrema vejez; y pareciendo que por estar absorto en esta ocupación descuidaba la hacienda familiar, fue llamado a juicio por los hijos para que a la manera como según nuestras costumbres se suele privar de la administración de los bienes a los padres que los administran mal, así también los jueces lo removiesen a él, como decaído ya en su juicio, de la administración de la hacienda familiar. Dícese que entonces el anciano recitó a los jueces aquella obra dramática Edipo en Colono, que tenía entre manos y acababa de escribir, y que preguntó si aquel poema parecía de un hombre decaído en su juicio; y después de la recitación fue por sentencia de los jueces absuelto de la demanda.»

Esta anécdota es eficaz cuando se conoce el Edipo en Colono, tragedia de las vejeces de un héroe, pero escrita con juvenil vigor, con un gran dominio del movimiento escénico y con pasajes de alta poesía, como es el elogio de Colono, el pueblo natal del poeta. Un año antes de que Sófocles escribiera esta tragedia, Colono había adquirido una nueva dimensión, pues en sus inmediaciones la caballería ateniense había derrotado a la tebana. De ahí el papel decisivo que en ella representa Teseo, rey de Atenas, que se opone y hasta vence el tebano Creonte, interesado e hipócrita.

La ópera Edipo en Colono

Edipo en Colono  es una tragedia lírica en tres actos con música de Antonio Sacchini y libreto en francés de Nicolas-François Guillard,​ basado en la tragedia de Sófocles Edipo en Colono. Se estrenó en la corte de Versalles el 4 de enero de 1786, en presencia del rey y de la reina María Antonieta. El 1 de febrero de 1787, poco después de la muerte de su compositor, la obra se volvió a representar en la Ópera de París con gran éxito. La ópera conoció 583 representaciones y quedó en el repertorio durante más de medio siglo.

Si os gusta la ópera, estáis de suerte porque la podéis escuchar entera aquí: